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Historias de un número 10

Creció en Soldati, con el afecto de un papá que fue jugador y es hincha de Huracán y de una mamá que grita por San Lorenzo. La vida lo volvió futbolista y se tatuó a los padres en el pecho.



Domingo 27 de mayo de 2001

MIGUEL BOSSI


Si en algún momento de inspiración escribió Romeo y Julieta y se le ocurrió aquella visceral pelea familiar entre Montescos y Capuletos, tranquilamente aquel Shakespeare apasionado hubiese podido inventar esta historia. Menos trágica, claro; más folclórica...

El 10 de San Lorenzo —Leandro Atilio Romagnoli; 20 años; 81 partidos en Primera— nació, se crió y vive en Soldati, un barrio en el que mucho huele a Huracán. O sea: no se trata de un jugador cualquiera sino del crack del equipo. Y el otro club no es uno más sino el rival de toda la vida.

La trama toma color cuando Pipi, así le dicen al protagonista, ve que está rodeado: antes de ser su papá, Atilio Osvaldo Romagnoli fue wing zurdo de Huracán en los 70; casi todos sus amigos y todos sus cuñados (Marcelo y Matías) son fanas de Huracán y —por cómo empilchan— no hay manera de disimularlo. Adivinanza: ¿a que no saben de qué cuadro es Natalia, la hermana de Matías y la chica que le robó el corazón a Pipi?... Correcto.

En su cruzada azulgrana, el chico cuenta con dos aliadas de lujo: su mamá Rita y su hermana Natalia, ambas fanáticas del equipo que depende de su fantasía y sus gambetas para llegar al título. Mamá y la gran hermanafueron los motores para que el pibe cambiara de vereda y fuese feliz, situación que aquel Romeo Montesco no consiguió en su búsqueda de amor con Julieta Capuleto.

Lo que sigue son pequeñas historias en la curiosa vida del 10:

Mamá cuervo, papá quemero. Rita (46) nació siendo de San Lorenzo: su casa estaba en Inclán y Loria, a unas cuadras del viejo Gasómetro. Atilio Osvaldo (47) creció en la casa de Soldati que habitan los Romagnoli. De chico hizo las inferiores en Huracán y, de la mano de Menotti, jugó 15 minutos en un amistoso con la Primera, en Mar del Plata, contra San Lorenzo (luego pasó por Riestra, Morón y Deportivo Merlo). La cuestión fue que al tiempo aparecieron Leandro y Natalia (21), quien en su fallido intento de llamar a su hermano por su nombre inmortalizó el apodo Pipi.

Racing y los goles del Toti Iglesias. En el despertar de los 80, el pequeño recibió para Reyes una bicicleta y una pelota: a la bici ni la miró, pero durmió haciendo cucharita con la redonda. No hizo falta leerle las manos para saber qué sería el mocoso. Pese al grito en el cielo de Rita, el padre lo llevaba seguido a ver a Huracán. Pero un día, viendo por tele los goles del Toti Iglesias, el chico le pinchó el globo: "No voy a ser de Huracán: quiero ser hincha de Racing". Hubo que comprarle el conjuntito celeste y blanco.

Una Franja de Oro en el pecho. Su equipo ganaba por afano en la placita de enfrente, cuando la avenida Intendente Rabanal aún era Coronel Roca. Al papá le llenaron tanto la cabeza con sus condiciones que aceptó llevarlo al club barrial Franja de Oro. Atilio jamás lo había visto jugar: "En la primera práctica en Franja, lo pusieron de 3. Cuando le cayó la pelota, la paró como si supiera y encaró a pura gambeta. Ahí supe que sería 10 o delantero". Dicho y hecho: con 6 años y junto a su amigo Carlitos Padra —hoy en Huracán—, empezó a acumular trofeos.

Pipimanía. Cuentan que Franja de Oro se llenaba para verlo a Romagnoli. "Una tarde —relata la mamá—, la bajó de pecho, hizo un sombrero y la clavó en un ángulo. ¡Y no sabés...! Un abuelo, Manuel, que había visto ese golazo fue hasta la boletería y pidió que por favor le cobraran de vuelta la entrada". Ahora que la jubilación no le alcanza para pagar ni siquiera una vez la entrada, el abuelo Manuel, canillita y de San Lorenzo, lo llama para felicitarlo.

Un crack aterriza en San Lorenzo. Lo acerca el técnico Clemente TotoBergh, ayudado por "mamita", quien lo empezó a llevar a las prácticas tras cumplir los 8. Aunque la Ciudad Deportiva quedaba a apenas nueve cuadras, viajaban en el 76. "Hasta los 10 años, Leandro jugaba los sábados en Franja y los domingos, en San Lorenzo". Romagnoli siguió yendo en colectivo hasta mucho después de que Oscar Ruggeri lo pusiera en Primera. En octubre del 99, cuando el ya famoso 10 de San Lorenzo se compró el 206 blanco, Ruggeri le recriminó por qué no se compraba una casa: ahora, dos años después de aquel reto, el Pipi sigue sin cobrar un peso de los 50 mil de prima que había firmado entonces.

¿Vestido de Huracán? A muchos hinchas de Huracán les da bronca verlo en San Lorenzo. Y a más de un malpensado de San Lorenzo le quedan dudas si el pibe fue alguna vez de Huracán. Lo cierto es que esta situación derivó en varios dolores de cabeza. Un caso: hace dos años, Matías (amigo y cuñado) andaba por Flores vestido de Huracán. Como su corte de pelo y el de Leandro parecen escapados de la misma tijera, muchos creyeron ver al 10 de San Lorenzo traicionando los colores. Algunos plateístas del Nuevo Gasómetro se lo reprocharon. Injustamente, claro.

Tatuajes. En Fútbol de Primera, las caras de Rita y Atilio aparecen más que las de muchos jugadores. Todo por esos benditos tatuajes en el pecho que ¿llenan de orgullo? a sus padres. Error: casi se mueren del disgusto. "Primero fue un Mickey; después, una pantera —dice mamá—. Yo, que no quería que se estropeara el cuerpo, me descompuse cuando vi mi cara ahí". Inmediatamente, Atilio lo amenazó para que no estampara su rostro en ningún lado. Pero, en diciembre, el 10 fue a lo del tatuador amigo: papá sobre la derecha de su pecho y una virgen de Luján en la pierna. "Me lo escondía: era verano y dormía tapado para que yo no se lo viera cuando lo iba a despertar. A los padres se los lleva en el corazón, no en un tatuaje...".

Llavero. Atilio se pone nervioso viendo jugar al hijo. Para calmarse, suele sacudir permanentemente un manojo de llaves, haciendo un ruido bastante molesto. Cuando el nene se tira hacia los laterales y no hay mucho griterío, distingue ese sonido y así ubica dónde está su familia. Palabra del padre: "Cuando le hizo el gol a Chacarita, mientras volvía a la mitad de cancha, empezó a mover la muñeca como golpeando unas llaves. Nadie se dio cuenta, pero con eso me estaba preguntando dónde estaba yo para dedicármelo".

Gol de Romagnoli, abrazo quemero. Atilio fue a ver Chacarita-San Lorenzo junto a su gemelo Luis, también de Huracán. Y el amor, esta vez, fue más fuerte que la pasión. El gol de Leandro logró que estos dos amantes del Globo se abrazaran como si fueran cuervos de la primera hora. Leo, un conocido de los Romagnoli que tira para San Lorenzo, los vio y enseguida los mandó en cana en todo el barrio. "Nunca había gritado un gol de mi hijo", jura Atilio. Lo peor fue que, antes de abrazar al hermano, se confundió y se le tiró encima "a un viejo que estaba al lado".

Fue como si en la antigua Verona dos Capuletos hubiesen aplaudido a rabiar mientras el romántico Romeo Montesco trepaba al balcón. 


Fuente: Clarin.


Marianela Colipe

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