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"Cansa el circo detrás del fútbol"

Una charla apasionada con el crack de San Lorenzo; quería ser abogado, pero la pelota le ganó al estudio; ahora, agotado por la histeria, llegó a pensar: "esto no es para mí"; aquí, su otra historia... 



Por Ariel Ruya / LA NACION  
31 de Octubre de 2010 - 23:21

No es el mismo. De aquel pibe de gambeta irreverente, que esquivaba adversarios como si se trataran de sombras, a este hombre de habilidad pulida en el tiempo, hay algo más que diez años. Doce, en realidad: cumplirá en un mes ese lapso desde su presentación. Leandro Romagnoli no es el mismo. A los 29 años, su historia futbolera es conocida, matizada de San Lorenzo, clase personal, títulos locales e internacionales, y lesiones de variados colores. Su otra vida es la que expone ahora. "Soy el mismo, aunque más maduro. Aprendí de las adversidades", expresa. A corazón abierto, el esposo de Celeste, el papá de Martina y Mía, sentado en un rincón de la Ciudad Deportiva, relata su otra historia. La verdadera. "Soy una persona tranquila. Estoy en casa, siempre en Parque Chacabuco, con amigos, con la familia. La única diferencia con otra gente es que yo soy futbolista. Me gusta estar con los míos y hago lo que todo el mundo: miro partidos, también veo los chimentos y lo que pasa en el país", cuenta. Y abre su mundo, más allá del convulsionado universo del Ciclón. Detrás de tatuajes y amagos, el otro Pipi.  
"Jamás leí un libro, no me gusta, qué le puedo hacer? Todos me preguntan lo mismo: « ¡¿Cómo puede ser que nunca leíste nada?!», me dicen. Ni en la mesita de luz tengo uno; mi señora, en cambio, lee bastante. Soy de la generación de la PlayStation, como muchos dicen? ¿Ir al cine? Y? me tienen que decir, «ésta es buena», si no, no es algo que me fascine", explica a LA NACION el hombre de la 10 en la espalda. La charla apenas empieza.  
-Parecés otro. ¿Más maduro?  
-La vida te va cambiando. La experiencia y saber aprovechar los lugares en donde estuve. Aprendí mucho afuera: compañeros, amigos, lugares. Soy más grande, soy diferente. Haber estado en Europa y en México me hizo valorar otras cosas, ser más maduro. Yo creo que mi mayor virtud es no ser cerrado. Si veo que está mal algo que hago, escucho. Y trato de cambiarlo.  
-Y en ese cambio, ¿hay lugar para atender a los violentos? ¿Es normal perder y dar explicaciones?  
-Cansa el circo que está detrás del fútbol. Los hinchas, la violencia. Cansa, pero te acostumbrás. En frío, es obvio: si hoy no jugaste bien, como el otro día el clásico con Huracán, y vienen y te critican? molesta. O cuando tuviste un buen partido, resulta que sos el mejor. Te desgasta, pero se sabe que es parte del fútbol argentino. En Europa no es así, se termina el partido y cada uno a su casa. No hay peleas ni reproches. No es lo ideal? es lo que hay. Hay que adaptarse.  
-¿Te duele lo que pasa?  
-Acá la gente me dio cariño, pero si las cosas no salen bien, te critican, te reprochan. No hay que llevar esto al extremo, a la muerte. Sería una locura. Uno se acostumbra.  
-¿Y cuál es el límite?  
-A veces te dan ganas de largar todo, de dejar. De decir: esto no es para mí. Te agarra esa locura: hay momentos que no lo aguantás, no lo soportás. Pero después pensás: hago lo que me gusta, entreno, juego los fines de semana. Hay momentos malos y buenos, hay que entender eso.  
-La pasión, que dicen?  
-Yo entiendo la locura de todo esto, pero la pasión por el fútbol es más fuerte. Es lo que me gusta.  
Romagnoli es Pipi, para siempre. Sin embargo, cuando habla, cuando dice lo que dice, parece otro. Más experimentado que lo que expresa su documento. No sólo entiende el juego de la pelota: se anima a describir el juego de la vida. Como cuando cuenta, por ejemplo, que quería ser abogado. "Pero con el tiempo me di cuenta de que no era para mí. Si tenía que estudiar y terminé sólo la primaria. Sólo hice el primer año de la secundaria; me costaba mucho. Ni soñé con la facultad? El fútbol me salvó. Y voy a seguir en esto. Voy a empezar el curso de técnico, seguramente el año que viene", lanza, mientras traza imaginariamente un pizarrón de pases cortos.  
-¿Y hay lugar para la diversión todavía?  
-Disfruto más del juego ahora que antes. Cuando sos más chico, estás más ansioso, porque pensás en la responsabilidad, en el futuro, en tratar de salvarte porque sabés que no tenés estudios, y el fútbol es tu salvación. Eso te pesa de chico. Ahora estoy más maduro, es la experiencia.  
-Pero si no cumpliste 30?  
-Si le preguntás a cualquiera, tener 29 años es ser un pibe. Pero en el fútbol es todo lo contrario. Hay algunos que dejan a los 30, depende del físico de cada uno. En Italia, hubo casos de futbolistas que llegaron a los 40 años. Yo voy a ser el primero que me dé cuenta cuando no pueda jugar más: cuando no pueda correr a nadie o controlar la pelota. Ojalá que falte mucho para eso.  
De esa gambeta depende, Leandro. Y de esa madurez, según pasan los años...




Fuente: Diario La Nación.

Marianela Colipe




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