Carlitos, el 10 de Boca, gritó dos goles y fue la figura de la cancha. El Pipi, el 10 de San Lorenzo, celebró uno y guió a su equipo. Entre los dos se las ingenieron para divertir y divertirse. Una delicia.
Lunes 26 de agosto de 2002
Miguel Angel Bertolotto. DE LA REDACCION DE CLARIN.
La acarician, siempre la acarician. La tratan con la mejor de las distinciones. La llevan bien pegadita al pie. La piden una y otra vez, porquesaben que sin ella no son ellos. Por allá va Carlitos Tevez (18), potrero con la más pura de las esencias, amague para la derecha, quiebre para la izquierda, y sigue, y sigue, y sigue... Por acá está el Pipi Romagnoli (21), cabeza levantada, panorama amplio, habilidad innata para limpiar las rutas de rivales. Ellos y la magia. Ellos y el juego. Ellos y la pelota. Eso: ellos y la pelota. Si es lo que siempre quisieron desde la primera vez que, alguna vez en la infancia, una redonda llegó a sus pies. Una pelota para los chicos.Una pelota para Carlitos y para el Pipi. Y una alegría para todos los demás: para los que se divierten, más allá de las camisetas, con una gambeta, con un caño, con un sombrero...
Los emparenta el número, el 10 emblemático, el 10 famoso, el 10 reluciente, pero juegan diferente. Romagnoli sí es el 10 clásico. El enganche, el eje de San Lorenzo, el que arma, el que juega y hace jugar a todos. Tevez, al margen de llevar la remera de su amigo Riquelme, es más delantero. Puede tirarse atrás, es cierto. Puede prenderse en la circulación, también es real. Pero donde mata es en los últimos metros, en el área adversaria, cuando acelera y pasa a toda velocidad, cuando elude trancazos, cuando apunta y dispara, cuando —después de todo eso, como si todo eso fuese poco— sólo le queda festejar la obra.
Arrancó el Pipi, en este domingo infernal de la Bombonera. Y le metió la pelota al Beto Acosta, en la maniobra que al cabo terminó con el gol de Chatruc, el 1-0 sorpresivo, relampagueante. Y esa estocada fue el preámbulo de una gran actuación, la mejor —sin dudas— desde que volvió de su lesión. Se estacionó a espaldas de Battaglia y desde ahí se las ingenió para dirigir la batuta, para hacerse un picnic con las dudas de los centrales locales, para perforar una defensa demasiado insegura. Y la perforó, nomás, a los 23: Morel la tocó con el pecho, Romagnoli la tomó en su campo, jugó con Chatruc y fue a buscar la devolución. Cuando la pelota volvió a descansar en su botín derecho, hizo pasar de largo a Burdisso y sacó —desde la misma línea del área grande— un bombazo maestro que se clavó arriba, cerca del poste izquierdo de Abbondanzieri.De galera y bastón, el Pipi.
Arrancó Romagnoli, decíamos, y San Lorenzo se escapó dos goles por encima de Boca. Mandaba la incredulidad. Pero siguió Carlitos Tevez, con una impresionante ráfaga de furia, entre los 25 y los 36 de esa maravillosa primera parte. Había participado poco Carlitos hasta ese momento. Pero loselegidos son así: aparecen y facturan, surgen y cambian la historia, brillan y el resto se inclina ante lo inevitable. Primero: Abbondanzieri devolvió con los puños y el rechazo le cayó a Sosa; cabezazo para Delgado y pelotazo bárbaro para Carlitos. Y ahí sí todos los ojos se centraron en ese imprevisible morocho retacón: desairó a Leandro Alvarez con una finta hacia adentro y la calzó con la parte interna del pie derecho para meterla por el primer palo de Saja. Segundo, once minutos más tarde: Cascini se la robó a Romagnoli y lo habilitó con precisión. Tevez —esta vez por derecha— picó justo, cuerpeó a Morel, se acomodó de nuevo para su mejor perfil y la colocó con sapiencia ante el achique estéril de Saja. Boca ya estaba de pie, como al principio. El Olé, olé, olé, olé, Tevez, Tevez atronó en la Bombonera. Diego Maradona (al final, Carlitos le regaló su camiseta) aplaudía a rabiar desde su palco.
El complemento fue otra cosa. Tevez se fue a los 25 (ovacionado, claro) con un calambre en el isquiotibial izquierdo. El Pipi no tuvo los socios indispensables para quebrar el 2-2. No importó. Ellos dos hicieron lo que hacen como pocos: dignificar al fútbol. Adorar a la pelota.
Fuente: Diario Clarin
Marianela Colipe