“Soy un pibe tranquilo, responsable y de perfil bajo, con defectos y virtudes”, afirma ,en forma de presentación, el nuevo enganche de San Lorenzo Leandro Romagnoli, quien se encuentra sentado en el living de su departamento de Parque Chacabuco rodeado por la cariñosa compañía de sus dos hijas y de su esposa.
La infancia del “Pipi” azulgrana
“De chico era medio quilombero, me escapa de mi casa. En la escuela era medio “vagoneta”, ya que no me gustaba ir. Igualmente, decía que quería ser abogado, pero como había que estudiar mucho y, además, fue apareciendo lo del fútbol, esa idea no prosperó. En el colegio también hacía líos y cuando estaba en el Instituto Estrada (secundaria) me quisieron echar. Mi vieja tenía que salir a buscarme por todos lados. Con el paso del tiempo, cambié y me tranquilicé”, relata el mediocampista azulgrana nacido el 17 de marzo de 1981 en el barrio porteño de Villa Soldati. Su apodo, “Pipi, fue impuesto por su hermana Natalia, quien a los 3 años no sabía cómo llamar a su hermano Leandro y optó por ponerle ese sobrenombre.
“A los 5 años fui a jugar baby fútbol al club Franja de Oro (Pompeya). En ese lugar, apreció un técnico llamado Clemente “Toto” Bergh, de San Lorenzo, que se llevó a cinco jugadores de distintas categorías, entre los que estaba yo”, recuerda Romagnoli, con un tono de voz nostálgico, sobre los inicios en el mundo del balompié. A los siete años arrancó en San Lorenzo y de ahí no paró hasta llegar a primera. Su mamá, Rita, era quien lo llevaba al club de sus amores, el cual se encontraba apenas a cinco cuadras de su casa. “Mi viejo (Atilio) es de Huracán y, además, jugó profesionalmente en se club. Después también lo hizo en Deportivo Morón y en Deportivo Riestra. A pesar de sus sentimientos, siempre me siguió a todos lados y nunca me exigió ser hincha del equipo del que él era”, resalta el volante de un metro setenta de estatura.
La primera etapa en el club de sus amores
El instante en que lo llamaron desde la Primera del equipo de Boedo significó un hecho importantísimo para Romagnoli. En ese momento se encontraba en un selectivo de Tercera. Como faltaba una fecha para que el campeonato (Apertura 1998) de Primera finalizara y muchos de los futbolistas que eran titulares ya estaban de vacaciones porque el equipo no peleaba por nada, Oscar Ruggeri, el técnico que recién había asumido, subió a muchos pibes de Tercera, entre los que estaba el talentoso enganche, para que concentraran. “Era un grupo de veinticinco jóvenes. Cuando comunicó que yo iba estar entre los dieciséis que iban a formar parte del partido frente a Racing, la verdad no lo podía creer. Era el último jugador que confirmó en el banco.”, rememora con una sonrisa en su rostro el flamante “10” de San Lorenzo.
El destacado nivel futbolístico que alcanzó Romagnoli le permitió esgrimirse como gran figura de su equipo. Con su importante presencia, San Lorenzo pudo alzar el campeonato Clausura 2001, la Copa Mercosur 2001 y la Sudamericana 2002. Sin embargo, la carrera de Romagnoli también tuvo momentos fatídicos, por ejemplo, las largas inactividades sufridas por las roturas, en dos oportunidades, del ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha. “Las lesiones son el momento más duro en la carrera de un futbolista, sobre todo cuando estás mucho tiempo parado. Uno siempre quiere estar activo y jugando. En esos momentos, me apoyé en mi familia y mis amigos”, recuerda con tristeza Romagnoli.
Su paso por tierras aztecas y portuguesas
A fines de 2004, el hábil volante decidió continuar su carrera en el Veracruz de México, junto a su señora y a su hija Martina, quien era recién nacida. “Me fui a México porque pensé que ya había cumplido un ciclo en San Lorenzo. Me costó adaptarme por la variedad de climas de cada cuidad en la que vas jugando y porque el club en el que estaba no era competitivo. También no fue fácil acostumbrarme al picante que le ponen a las comidas”, recuerda Romagnoli sobre su estadía en el país azteca.
Luego de ese paso por suelo mexicano, el enganche se fue al Sporting de Lisboa de Portugal para continuar su carrera y poder conseguir una revancha personal, ya que no había sido buena su performance futbolística en tierras aztecas. Al principio, la situación parecía no variar, pero “la varita de las suerte” tocó nuevamente a Romagnoli y su panorama cambió. “Faltando seis meses para que el préstamo mío venciera, comencé a jugar seguido, salimos campeones de la copa de Portugal y el club decidió comprarme, firmando un contrato por tres años. A diferencia de México, la adaptación fue buena. El idioma al principio no lo entendés, pero después te acostumbras. La vida es parecida a la de acá y la comida es muy buena”, explica el tatuado futbolista, quien paradójicamente se hizo amigo en ese lugar de Leandro Grimi, un ex jugador de Huracán.
“Si bien en el exterior estuve con mis hijas y mi señora, uno extraña a los padres, a los amigos. El estar acá se anhela mucho”, destaca el hábil volante sobre su estadía en el exterior del país.
Las pasiones de su vida: su familia y los tatuajes.
A manera de homenaje, Romagnoli tiene tatuados en su pecho el rostro y el nombre de sus padres. Asimismo, cuenta que posee grabados en su cuerpo el nombre de sus dos hijas (Mía y Martina), el de su señora (Celeste), el de su hermana y sus sobrinos, entre otros más. “Mis tatuajes son más de veinte. Ya perdí la cuenta. Un día tengo que ponerme a contar en concreto cuántos tengo”, añade el talentoso enganche, con una soltura y tranquilidad similar a la que suele mostrar cuando entra al campo de juego y que también evidencia cada vez que se pone a jugar al playstation 3 con un grupo de amigos.
“Ser papá es algo que no te olvidas nunca. En el primer parto había estado presente y fue algo muy especial. El de mi segunda nena no lo presencié porque estaba concentrado (en Sporting de Lisboa). Me dejaron ir treinta minutos para que pudiera verla. Es algo hermoso. Aunque a mí me hubiese gustado tener solamente dos hijos, sería lindo poder tener un nene”, subraya el futbolista, con una cuota de esperanza en su rostro. Por otro lado, afirma durante el poco tiempo que está presente en su casa, producto de los entrenamientos y las concentraciones, trata de estar lo más que puede con nenas y su esposa. Para Romagnoli la familia ocupa el primer lugar de su vida, ya que constituye el sostén que siempre apoya, en las buenas y en las malas.
La charla llega a su fin y el volante se despide en el hall del edificio en que vive. Con la misma esperanza con que debutó allá por 1998, este humilde y sencillo joven nacido en Soldati intentará guiar al club de Boedo en la búsqueda de títulos, con el apoyo fundamental de sus seres queridos, tratando de revalidar la chapa de ídolo que ya se ha ganado entre los hinchas del equipo de sus amores y, además, poder llenar de belleza al juego del fútbol local, que festeja con ansias el regreso del “Pipi” Romagnoli.
Marianela Colipe