El Pipi Romagnoli y el Lobo Cordone juntaron a unas 400 personas en un parador playero. Allí jugaron al fútbol con la gente, que se desesperó por acompañarlos.
MAR DEL PLATA (ENVIADO ESPECIAL). Las marquesinas marplatenses ofrecen un catálogo extenso de espectáculos. El dueto Artaza-Grudke, Corona y sus pulposas, los vástagos de Videomatch, hasta el gran Golo, ex coequiper de Quique Dapiaggi, ecos de una televisión ya extinta. Todos, con un equipo publicitario más o menos complejo, convocan un público ávido de entretenimiento liviano. Sobre las arenas del parador Coca-Cola, en La Caseta, bastó una módica puesta en escena y, claro, la estelar presencia de Leandro Romagnoli y Daniel Cordone, para que se amucharan unas 400 personas y más de 100 pugnaran por interactuar con las estrellas. Un Ciclón espontáneo...
La aparición de uno de los escasos enganches con luz propia y probada que quedan en el fútbol local, más la del Lobo, de un magnetismo especial con la gente, sobre todo en los pibes, revolucionó las playas del Sur, casi a la par de la exhibición de manzanas acarameladas Reef. Con el horno solar al mango, a eso de las 15.45 la atención estaba centrada en el mar. Hasta que en el Vip, la gente llegó a vislumbrar la figura de los jugadores de San Lorenzo. Allí, futboleros y curiosos se empezaron a pegar contra los carteles publicitarios para ganar un lugar de privilegio, y otros hicieron acelerar el pulso de la birome a los que anotaban equipitos para participar. El show ya estaba por comenzar.
Para entrar en calor, los muchachos empezaron a pelotear a un arquero improvisado. Claro, con escasa continuidad, porque las interrupciones en busca de un autógrafo o foto eran tupidas. Enseguidita, se armó el primer picado. Pipi se sumó a los de pechera roja. El Lobo, a los de amarillo. Ojito, amistad cero, a cara de bulldog. Si hasta el delantero se le plantó un par de veces al enganche delante de la pelota para que no sacara rápido los tiros libres...
Cual peluquero en plan de retiro, el de General Rodríguez tiró un par de tijeras, hasta una pegó en el travesaño. Y se dio el gusto de llevarse el primer chico. En el segundo, el Pipi demostró que está al dente para redesembarcar en el fútbol de elite. Le tuvieron que hacer un par de penales-tackles ("¿Y qué querés que le haga? Si no lo agarro no lo paro más...", se excusó uno de los damnificados por su habilidad). El bueno, para que todos quedaran chochos, terminó en empate. ¿Y quiénes marcaron los goles? Romagnoli y Cordone, obvio, que le terminó ganando el duelo a un arquerito valiente que le alcanzó a tapar dos bolas difíciles.
Y, sí, después llegó un rato más de contacto con la gente hasta que regresaron al Amerian, paso previo antes de rajar a Cadetes para la sesión de entrenamiento vespertino. Al final, la obra del Pipi y el Lobo, sencillita, con nulo ensayo, reventó la taquilla veraniega con una única función. ¿Se habrán avivado los productores de las tablas, che?
Lunes 12 de enero de 2004
Fuente: Ole
Marianela Colipe