Leandro Romagnoli pasó su primera temporada entre los más grandes. Convivió con los líderes, se convirtió en el conductor y Ruggeri lo adoptó como niño mimado. Ahora le llegó la hora de explotar.
"Siéntense, Pipi ya viene". Hay cosas que no cambian: su lugar sigue estando en Villa Soldati y, como siempre, hay que tocar el primer timbre para poder entrar. Su amigo Pablo sigue siendo su ladero inseparable y está ahí, para salir, para matear o para escucharlo hablar. Mamá Rita se encarga, como cada día, de atender a todos. Papá Atilio trabaja desde temprano. Y su apodo sigue resistiendo los años: en su casa, en su barrio, en San Lorenzo, Leandro Romagnoli es Pipi. "Mi hermana, que es dos años más grande, me decía así cuando nací porque no podía pronunciar mi nombre. Y quedó".
Hay cosas que sí cambian. Esa hermana, Natalia, está cerca de hacerlo tío a los 18 años. En la calle no pasa desapercibido. Y ya no tiene que esperar el micro para ir a entrenarse: en un Peugeot 206 se va más cómodo y rápido. Ah, Pipi se acerca a la mesa y ya no es tan chiquitito como su apodo aparenta: hace un año no llegaba al metro setenta, ahora lo supera largamente y pesa casi tres kilos más. Por ese entonces, era una promesa que Ruggeri publicitaba como futuro crack, hoy lleva la 10 de San Lorenzo y fue una de las revelaciones del 99.
-¿Las vacaciones son diferentes al empezar a jugar y ser conocido? -Y... cambian. Antes no me cuidaba tanto como ahora. Buscás descansar, pero tranquilo. Es como que pensás las cosas mucho más.
-¿De qué te privás? -De prenderme en un picado, por ejemplo. Jugaba todos los días en la plaza que está acá, enfrente de casa. Hoy sólo miro a mis amigos.
-¿No te pica el bichito? -La tentación está. El otro día fui y atajé. Me hicieron como cinco o seis goles y me cargaban porque no me tiraba. Decían que no me quería raspar ni ensuciar. Pero imaginate si voy al club y digo que me lesioné jugando en la plaza... Me matan.
-¿Qué otras cosas cambiaron? -El trato en la calle. Me saludan más, me gritan, me paran. Hasta en Santa Teresita, donde me fui unos días, firmé autógrafos y me invitaron a comer gratis con mis amigos.
-¿Imaginabas esto tan pronto? -Lo pensaba. Siempre hablaba con mi viejo que lo ideal era jugar en Primera a los 18 o 19 años. Y me tocó. Por eso quiero responderle a Oscar (Ruggeri). Me hizo debutar en Primera y eso nunca se olvida.
Como tampoco olvida los años en el que ese sueño estaba lejos. Quizá, más que nunca. Recién daba sus primeros pasos en las inferiores cuando Romagnoli casi cambia su vida. Eran tiempos en los cuales ni el esfuerzo de mamá para llevarlo todos los días a entrenamiento alcanzaban para motivar a que su hijo siguiera los pasos de su padre, quien jugó al fútbol en Deportivo Morón y en Huracán.
-¿Pasaste momentos duros? -Sí, más de pibe, cuando no jugaba en Novena o en Octava. A veces iba al banco, pero entraba apenas un minuto. Volvía a mi casa y me ponía a llorar. Hasta a llegué a pensar que el fútbol no era para mí.
-¿Ibas a largar? -Hablé con mi viejo y le dije que por ahí me gustaría probar suerte con el estudio. Por suerte, cuando pasé a Séptima todo cambió porque el colegio no me gustaba ni medio.
-¿Cuándo dejaste de estudiar? -Hace poco, cuando subí a Primera. Estaba en primer año del colegio San Martín, lo charlé con mi viejo y lo entendió. Igual, me gustaría terminar el secundario alguna vez.
-¿Desde chico querías ser futbolista o te gustaba otra profesión? -Mi mamá siempre cuenta que cuando tenía cinco años y era Día de Reyes, ellos no tenían mucha plata pero con esfuerzo me compraron la bicicleta y además una pelota chiquita. Y lo primero que agarré fue la pelotita. La bici ni siquiera la miré. En ese momento se dieron cuenta de que lo mío era el fútbol.
-Libros nunca te regalaron. -(Se ríe) No, es que yo dormía con la pelota. Mi viejo me compraba dos o tres y no te digo que dormía con todas, pero una siempre me llevaba a la cama y me acostaba abrazado. Como las nenas con un peluche, yo dormía con la redonda.
Indudablemente, la cosecha está a la vista. El año pasado, sobre todo entre el Apertura y la Mercosur, Romagnoli tuvo la continuidad y el fogueo que necesitaba para crecer como conductor del equipo. Ahora parece haber llegado el turno de cargar con las obligaciones. Y él lo sabe.
-¿Este tiene que ser el año de tu consolidación? -Sin dudas. Tengo que explotar, rendir al máximo, tener una regularidad. No jugar un partido bien, otro mal y otro muy bien. Por ahí te puede tocar un día malo, pero tengo que ser mucho más parejo que en el 99.
-¿Cuánto más te falta por dar? -Mucho. Todavía no se vio al mejor Romagnoli. El tiempo de adaptación pasó, ahora tengo que demostrar todo lo que se decía de mí.
-¿Y qué más te propusiste? -Quiero ganar algo con San Lorenzo: el campeonato o la Libertadores. Sabemos que el club necesita un título y ahora sí estamos en condiciones de dárselo. Además, me gustaría jugar en la Selección. Esa es mi cuenta pendiente. No quiero que pase este año sin tener un partido en el Juvenil.
-¿Pesa que Ruggeri siga hablando de vos como el futuro Aimar? -No, es un orgullo. Pero sabemos que Aimar es un gran jugador, tiene más experiencia, partidos en la Selección y este año demostró todo lo que sabe. Igual al caso de Saviola.
-¿Te ves lejos de ellos? -Lejos no. Si este año me pongo más las pilas, puedo rendir en el nivel que tienen ahora. Yo también siento que ya dejé de ser una promesa.
-¿Sos una realidad? -Eso quiero. Crecí mucho en este último año. Pensaba que esta chance nunca me iba a llegar. Porque vos veías que antes en el club los pibes no tenían lugar. Me acuerdo que le preguntaba a mi viejo por qué San Lorenzo no sacaba chicos de las inferiores. Los que subían, iban a Tercera y al tiempo bajaban. Por eso, el día que llegó Oscar fue lo más grande. En una semana me llevó a Primera y me dijo que preparaba el bolso porque iba a concentrar. Ahí sentí una emoción
que todavía no puedo explicar. Se me había cumplido el sueño de mi vida.
Martes 4 de enero de 2000
Fuente: Ole.
Marianela Colipe
(marianelacolipe@gmail.com)