El Ciclón empató en Córdoba, pero perdió a su as: Romagnoli se lesionó los ligamentos de la rodilla izquierda y, como Boedo ya estaba con diez, jugó hasta el final. Puro amor...
El resultado miente. San Lorenzo perdió. Perdió porque perdió a su bandera, a su ídolo, al jugador que más siente la camiseta. Y al único que podía hacerle zumbar los oídos a Caruso cuando su catenaccio ya pasa a quedarle extremadamente chico a un San Lorenzo que, amén de la historia, ahora sí tiene plantilla y tiempo de changüí para proponer algo más. Perdió porque Romagnoli era el único capaz de quemar los papeles, la inspiración ganándole al férreo y especulador pizarrón. Perdió porque perdió al más cojonudo, al que la pide siempre, al que lidera al resto, al guía. Perdió San Lorenzo porque el Pipi tiene, oficialmente, “un severo esguince giratorio de rodilla”, y extraoficialmente, una nueva rotura de ligamentos que lo dejará afuera del Torneo Inicial.
Romagnoli es a Caruso lo que Riquelme a Falcioni. Caruso también lo banca al Pipi en los micrófonos, pero resalta, antepone, a la persona. A Caruso, según sus propias palabras, esta lesión le duele más “por la persona, porque yo lo admiro como persona”, que por lo que vaya a ser de su equipo sin el 10. Al entrenador no le va a costar jugar sin enganche. Y la gente no va a taladrarle los tímpanos para que entre Rolle. Ayer (y siempre) sí pidió por Romagnoli. Un Romagnoli que venía de ser figura, insólitamente suplente. Le dio 15 minutos Caruso. Para que hiciera lo que pudiera, solo, vagando por la mitad de la cancha, para que viera si le podía tirar algún conejo a Stracqualursi primero, y a Furch después. Pero el Pipi, también solo, fue a pelear una bola contra la raya de fondo, y solo se rompió su rodilla izquierda, que no es la que ya se había roto dos veces, y en la que otro par de veces le habían hecho una artroscopia para limpiarle la zona. El enganche rengueó varios pasos, incluso ya en compañía de los médicos, hasta que se entregó a la hierba para que lo revisaran y, al tacto, los profesionales del Ciclón intuyeran lo peor. El también lo olfateó. Pero se paró, porque es un emblema en extinción, porque su San Lorenzo estaba con diez, y sin él, o sea con nueve, Begrano quizás embocaba alguno de los centros a la olla que venía cocinando. Y entonces pidió volver a entrar, y caminó la cancha, hizo toda la sombra que el dolor le dejó, mechando rezos, intercalando con favores a Dios, que no sea lo que parece que es. Sin suerte. Como la nula suerte que tuvo siempre con esta clase de lesiones. En una de sus plegarias fue interrumpido por Pitana, que le preguntó qué tenía. “La rodilla”, le dijo el Pipi, y volvió a mirar al cielo.
Y apenas Pitana pitó el final, Romagnoli fue el primero en ir a levantar los brazos para aplaudir a la numerosa hinchada, a su hinchada, que aplaudió más que nadie por él, porque el juego no podía ser aplaudido. El Pipi había dado todo y por eso en el vestuario estaba, dentro de todo, tranquilo. No obstante, recibió el cariño de todos sus compañeros. Todos fueron a preguntarle cómo estaba, sobre todo su amigo Bianchi, quien lo contuvo en la habitación del hotel. Todos vieron su cara de lamento, de decepción, sin lágrimas. “Fuerza nene, eh”, le hizo el aguante una empleada del club al verlo salir de camarines rumbo al micro. “Estoy bien, estoy bien”, tranquilizó el enlace. Como si en un santiamén ya hubiera asimilado que se venía otra rehabilitación extra large, como si ya la estuviera enfrentando. O como si guardara alguna esperanza antes de ver los estudios que le harán mañana, siempre y cuando la zona esté desinflamada.
Porque un crac no tumba a un crack.
cordoba (enviado).
Fuente: Ole.
Marianela Colipe.