Leandro Romagnoli es una bandera que identifica a San Lorenzo. El Pipi llegó a los 300 partidos en el club y la gente armó un reconocimiento inolvidable. El armador de juego levantó los brazos y se fue ovacionado.
Leandro Romagnoli es barrio y Boedo y una pelota que pica en un potrero cualquiera donde un diez emula fantasías de grandes genios de San Lorenzo que han marcado época con la camiseta que es bandera. Entonces, la gente llega al Nuevo Gasómetro y en los asientos de la platea sur se encuentra con cartulinas perfectamente preparadas para ser levantadas apenas el equipo y el Pipi salieran al campo de juego para enfrentar a Belgrano de Córdoba con la ambición de líder y con un argumento genuino de rendir homenaje a uno de esos futbolistas que a pura gambeta y títulos y gloria se supo ganar el espacio para el reconocimiento en su partido número 300 con la azulgrana.
De ese chiquilín con flequillo pronunciado y teñido cuando empezó a asomar la nariz como alternativa, nada menos, que de Néstor Gorosito a este hombre que lleva la 10 tatuada en la espalda y la categoría de quienes son capaces de jugar al fútbol sin necesidad de abrir los ojos en este estadio porque conoce cada uno de los rincones. Pipi, campeón del Torneo Clausura y Copa Mercosur 2001 y la Sudamericana 2002 es el último eslabón de esa cadena de futbolistas que de la mano de Manuel Pellegrini tocaron el cielo con las manos y que escribieron su nombre para siempre en el museo de los corazones que representan estos colores. Y ahí anda, siempre con algún pase que se le cae de los bolsillos para que un compañero disfrute del placer del gol y con esa emoción que le genera compartir un plantel que en filosofía e identidad se asemeja –según él mismo declaró– a ese que supo armar el Ingeniero. No en vano, dice Juan Antonio Pizzi: “Es bueno tenerlo y saber aprovecharlo, siendo un futbolista con tanta historia acá y tan representativo.”
En esa observación que hace el entrenador también hay dejos de una definición que invita a revisar algunos pasados donde Romagnoli, con su calidad y talento, tuvo que esperar en el banco o jugar en puestos que acortan y limitan su amplio panorama de juego. Entonces, los tiempos de Caruso Lombardi al frente y esos condicionamientos también son parte de esta fiesta que ahora disfruta en público justamente contra un rival que trae los peores recuerdos de su pasado cercano. En agosto del año pasado, y en esos escasos minutos que estuvo en la cancha, el Pipi se volvió a romper los ligamentos cruzados de la rodilla izquierda en el partido disputado en Córdoba.
Romagnoli tiene 32 años y diez los pasó jugando a la pelota en la Primera de San Lorenzo. Una vida de fútbol y de goles que todavía tiene algo para dar dentro de un equipo que busca ser campeón y vivir esa sensación que tan bien juna. Conductor de las ideas y lejos de egoísmos y del ego que supone llevar esa camiseta, el Pipi absorbe presiones y descarga talento, pero también esfuerzos. Entonces, en un intento por recuperar una pelota le da una patada a Farré y es amonestado. La gente mira, y aplaude y se va de un estadio eufórico que recuerda noches de sueños de un chiquito con tatuajes que encendió ilusiones por las que todo ese público enloquece y levanta banderas y cartulinas por un tipo que los representa.
300 partidos y tres títulos y 3 mil piruetas con la pelota lo ubican al Pipi entre los cincos futbolistas con más partidos en el club de Boedo, donde el diez es barrio y pelota.
3
títulos ganó el Pipi con la camiseta del Ciclón. Un torneo y dos Copas.
10
años jugó en el club de Boedo. Sólo cortó cuando fue a Veracruz y al Sporting Lisboa.
1
gol en este torneo tiene el Pipi. Fue frente a Lanús. Jugó en 15 de los 16 partidos.
17 de noviembre de 2013.
Marianela Colipe.
