Por un momento creí que escribir hoy con las manos tan rojizas, enardecidas de tanto aplaudir sería doloroso. Pero luego comprendí, lo que quizás muchos vivieron hace más de catorce años, cuando un juvenil de pantalones holgados y algunas mechas rubias perdidas en una rebelde cabellera hizo su presentación en Primera. Pocos sabían de él, pero era prácticamente imposible dudar que su presencia marcaría un hito en la historia del fútbol.
Aquel purrete, llamado Leandro Romagnoli, iniciaba una leyenda en el cálido verano de 1998. Se convirtió en conductor del equipo que triunfó tres años más tarde a nivel local e internacional, guiándolo con sus mágicas gambetas y regalando sus magníficos goles.
Su increíble destreza que dejaba a todos maravillados, permitió que de a poco se fuera metiendo en cada corazón Cuervo, del que varios lo apartaron años después, al verlo acarrear sus valijas decidido en exponer su talento en otros países.
Pero posteriormente, regresó, ocultando tras una seguidilla de lesiones su capa de héroe, la que muchos le exigieron añorando la figura del joven que enseñaba los rostros de sus padres en cada grito de gol.
Lo notaron distinto, con más años tal vez, pero esas críticas se convirtieron en elogios cada vez que hacía caminar la redonda, demostrando que más allá del tiempo transcurrido, su alma Azulgrana siempre será la misma: esa que salió a la luz cuando la presión por conseguir la permanencia acechaba Boedo, mientras su traje de valentía lucía altivo el número diez en la espalda.
Selló su vínculo, con cada lágrima que se deslizó por su rostro al padecer como un hincha más cada desgracia que sufría el equipo, pero sintiéndose respaldado cuando todas las personas que desbordaban las tribunas se pusieron de pie para regalarle una eterna ovación, mientras él se palpaba el escudo como si fuese otro de sus tatuajes...
Como ayer por la noche, trescientos partidos más tarde de la primera vez que aquel niño -que hoy lleva encima una mochila de responsabilidad y una exitosa trayectoria entre sus brazos- asombró a todos dibujando fantasías con sus pies y supliendo su apodo por la palabra "ídolo".
Giuliana Pasquali
@giulipsl
Fuente: SLOnline.
Marianela Colipe.