De Silas a Romagnoli, la posta del talento
Lunes 11 de junio de 2001 | Publicado en edición impresa
¿Cómo salió el picado? No sé, mi equipo perdió por varios goles, casi no la toqué, pero estoy contento de estar acá, con mi gente, con los recuerdos de aquel gran equipo. El que nos dio un baile bárbaro recién fue Romagnoli; no lo conocía muy bien, pero me parece que es jugador con un futuro increíble. Amaga ir para allá y se va para el otro lado, otro enganche y el que lo marca queda en el piso, es muy bueno, muy bueno...
–¿Es tu sucesor?
–Eh, pará, no... Bueno, yo fui el 10 en el ’95, en ese sentido puede ser...
Mañana de sol en el Bajo Flores. Casi seis años después de la epopeya de Rosario, con aquel grito disfónico de Esteban González que finalizó en un abrazo a un nuevo título, se presenta el hombre en el Nuevo Gasómetro y pide la pelota. Es brasileño, hábil, tiene 35 años, se llama Paulo Silas, el personaje que dejó una huella imborrable en los corazones de los simpatizantes azulgranas.
Hombre libre tras un breve paso en Río Branco, con la ilusión de cerrar su carrera en Santos, el protagonista devoto de los Atletas de Cristo tiene la idea fija de adquirir un club en Brasil –“está de moda allá, varios jugadores buscan equipos para comprar”–; de paso por nuestro país, se hizo un tiempo para despuntar el vicio en una cancha auxiliar de San Lorenzo.
“Es un jugador muy bueno, me acuerdo mucho de él, yo siempre soñé con vivir un momento como vivieron él y los jugadores de aquel equipo del Bambino en 1995”, cuenta el otro personaje de esta historia, hábil como su colega, con el mismo diez en la espalda, con similares colores azulgranas. Leandro Romagnoli, de apenas 20 años. “Jugamos un partido y un cabeza; la verdad, se defiende bien el pibe...”, bromea Romagnoli, una de las figuras del campeón versión 2001.
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“Pipi siempre fue un chico muy tranquilo, de barrio, y no era de hacer grandes manifestaciones, ni de ponerse a llorar ni de gritar con locura un gol. Pero sí estuvo muy contento con el título del ’95 y Silas, para él, era uno de los jugadores más importantes”, aclaró mamá Rita, fanática de San Lorenzo como el hijo, con las imágenes guardadas en el corazón, seis años después.
“Y poné bien grande que siempre fue de San Lorenzo, nada que ver con Huracán. El papá y muchos amigos suyos son quemeros, pero él nada que ver. Te lo juro”, repitió Rita, una vez más, desde la cómoda casa de Villa Soldati que Leandro ayudó a reformar.
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–Silas, ¿no hubieses querido terminar tu carrera en San Lorenzo?
–Sí, estuve cerca cuando el técnico era Ruggeri. No sé muy bien qué pasó, pero no se dio. Igual tengo un gran recuerdo de este club, de la locura de la gente cuando salimos campeones, que veo que se repite ahora. Es algo mágico.
–Y Romagnoli, ¿no te hubiese gustado jugar con Silas...?
–Sí, claro. Aprendí mucho de Gorosito, que es un gran jugador y me dejó muchas cosas. Lo importante para mí, de todas maneras, fue lo que me transmitieron todos los jugadores de experiencia, pero también fue fundamental Pellegrini; con él recuperé la confianza y me enseñó que en el fútbol también es bueno correr...
“Sí, ya me di cuenta de que corriste mucho, si nos dieron un baile bárbaro, menos mal que ya me vuelvo para Brasil, no quiero más...”, dice el brasileño, antes de una estruendosa carcajada. Y ahora sí asegura que Romagnoli ya es su sucesor. “Sí, ¿o no usamos la misma camiseta y jugamos en la misma posición?, pero las comparaciones son odiosas”, se ríe Silas. “Los dos ya quedamos en la historia de San Lorenzo. Todavía no lo puedo creer”, se sorprende el Nº 10 actual. Ya quedaron en los mejores libros de la fantasía y el talento, los conductores del campeón. Sin fronteras, seis años después.
Fuente: La Nacion
Marianela Colipe